Fernanda Pizarro
Te vi acercándote y no sabía por qué venias hacia mí, yo no quería verte, me incomodabas. Todos estábamos disfrazados de alguna zona típica del país, yo con mi gran vestido morado floreado y tu con tu chaqueta blanca, tu camisa, tu poncho y tu chupalla.
Había demasiada gente, unos comiendo anticucho, otros empanadas, terremotos y alfajores. Mi mamá detestaba los lugares tan llenos de gente, así que llegó el momento de irnos. Busco mis cosas en la sala, me despido de mis amigas y mi mejor amigo Juan Ignacio, con un gran abrazo. Cuando me estoy yendo del colegio de la mano de mi mamá en la reja te me acercaste, con tus rulos color oro volando, con tus ojitos incluso más lindos que el cielo. En tus manos color papel, traías algo que no pude distinguir bien que era, pero luego te me acercaste aún más, te me arrodillaste al frente de todos, al lado de mi mamá, tu cara ya no era pálida como papel, sino que eras del mismo color rojo que la rosa que traías. Sentí demasiada vergüenza, odiaba ser el foco de atención, pero ya estaba, todos nos miraban, todos se callaron y el mundo se paró y el tiempo no transcurrió más. “¿Quieres volver a polelear conmigo Fer?” salió de tus gruesos labios, jamás había sentido tantas ganas de que me tragara la tierra, todos miraban y el tiempo seguía sin avanzar, mi corazón se aceleró, mis manos heladas sudaban, hasta que después de pensar te respondí que no, y me fui lo más rápido que pude, sin mirar atrás, sintiéndome pésimo.
Mucho tiempo me sentí mala persona, pero ahora miro a la niña de 10 años y la admiro, es una niña que fue totalmente coherente consigo misma, que no cedió a la presión social que tuvo, ya que todos esperaban que la niña de 10 diga que si. Estoy orgullosa de mi.
Fuiste un gran maestro, mi primer pequeño gran amor, fuiste el primero en enseñarme que cosas quiero y no quiero en una relación, eres un bonito pasaje en mi memoria.
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