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Recuerdo que

Sebastián Asenjo.


Recuerdo aquella vez cuando fui a pescar con mi padre, cuando aquel

hombre de unos 36 años, altura promedio, su barba afeitada, sus lentes de

toda la vida, alguna que otra cana y su infaltable energía, me dijo que iríamos

a pescar a Mar brava en Carelmapu. Salimos de casa, puedo ver el cielo

nublado, alguna planta de mi mama en el jardín, puedo ver la reja negra que

estaba ahí desde que tengo recuerdo, la capilla que está al frente de mi casa

y puedo ver la camioneta azul que nos llevó en varios paseos, y hoy nos

estaba esperando para llevarnos en nuestra travesía hacia Carelmapu.


Recuerdo el viaje, por lo menos una hora desde Puerto Montt, aunque en

realidad estábamos un poco más cerca, por Panitao en casa de mis abuelos,

en total serian unos 45 minutos, desde luego el viaje era entretenido, la radio

encendida y las subidas y bajadas de la carretera que lo hacían parecer una

montaña rusa, puedo ver muchos arboles a los lados y cada tantos kilómetros

alguna que otra casa normalmente acompañada por algún invernadero o

huerta.


Recuerdo llegar a Carelmapu, un pueblo poco conocido para mí, pasar por las

calles rodeadas de casas, negocios y alguna iglesia. Seguimos nuestro camino

a Mar Brava donde en el último tramo de ripio me acuerdo de haber visto las

vacas por el lado izquierdo y arboles hasta el infinito por el lado derecho.


Recuerdo llegar a Mar Brava y ver algunas carpas, alguna que otra tabla de

surf y por el parabrisas, el infinito mar, con grandes olas, buenas para

surfistas profesionales, recuerdo el cielo nublado que nos siguió por toda la

carretera, al bajarme de la camioneta puedo sentir la arena dura, no tanto

como la piedra, pero si lo suficiente para no enterrarme y que mis pies

queden marcados, puedo ver las pulgas de mar y los agujeros que hacían en

el suelo, saltaban hacia todas partes sin sentido alguno, para mí por lo

menos, mientras mi papa se preparaba para ir a tirar el anzuelo. Recuerdo

correr unos metros hacia el infinito mar cuando las olas se retraían viendo

algunas piedras dispersas, y las conchas perdidas por la corriente y regresar a

toda velocidad para que no me alcanzara el agua cuando con toda su fuerza

rompiera en la orilla. Y llego el momento, mi papa entró en el agua, yo lo veía desde la orilla caminar lentamente entre las olas, con su traje verde oscuro y su larga caña roja.


Recuerdo que despues de un rato de haber tirado el anzuelo, picó, mi papa

enrollaba y tiraba con todas sus fuerzas y yo sin saber cómo reaccionar,

estaba allí parado, mirándolo y esperando a ver algo salir del mar. Hasta que

lo sacó, estaba allí en la arena alguna especie de pescado el cual mi papa

quiso devolver, pero yo con mi ilusión de niño, le dije que lo lleváramos

donde mis abuelos, lo arrastramos hasta la camioneta, lo subimos lleno de

arena y partimos de vuelta, por esa larga carretera llena de árboles,

esperando a mostrarle nuestro trofeo a mi mama y mis abuelos.


Hoy lo veo a él, con algo menos de pelo, un poco mas canoso, pero siempre

con su infaltable energía y espero a que me diga ``Hijo, ¿vamos a pescar? ´´.

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