Fernanda Pizarro
Recuerdo que yo estaba en la ventana, ansiosa, mirando cuando iba a llegar mamá y papá. Era el momento, llegaron con una bola de pelos, blanca, muy pequeña, crespa, con un característico olor. “Princesa Gennevitte” le quería poner, pero me dijeron que era un perrito, que era hombre, así que decidí ponerle como el perro de la tele, Doki.
Doki nació el 15 de noviembre de 2007, me lo regalaron el 24 de enero de 2008, para mi cumpleaños numero 3. Doki era muy travieso, jamás aprendió a hacer pipí en el patio, por lo que después de un año de intentos, mi mamá decide que tendría que vivir en el patio, ya que hacía pipí donde se le diera la gana.
Doki era mi hijo, yo lo sacaba a pasear, lo llevaba en brazos, aunque a veces parecía pesar más él que yo, pero aun así, era mi bebé.
Con el tiempo crecí y Doki creció conmigo. Si había tormenta eléctrica (cosa que me da terror), me iba a acostar con él. Si me aburría iba a jugar con él (él era el caballo de mis barbies). Si me estresaba, lo sacaba a pasear. Si quería salir a trotar, el trotaba conmigo.
Él vivió todo conmigo. La separación de mis padres, la llegada de mi padrastro, el cambiarme de casa, el hecho de pasar de la familia que fuimos años mi mamá, Doki y yo, a ser 5 con mi padrastro y el nacimiento de mi hermana. No es ningún proceso fácil.
Crecí más, empezaron las discusiones con mi padrastro, con mi mamá, mucho fue el tiempo que me sentí fuera de lugar en mi propia familia, pero siempre había alguien con quien yo podía ir a derramar mis lagrimas sin nada más que recibir lengüetazos en la cara. Doki jamás me dejó sola.
Mi bebé, siempre jugaba a romper cada cosa que fuera de tela, desde sus camas, hasta toallas. Siempre se me arrancaba y tenía que salirlo a perseguir, no era nada entretenido porque si yo corría dos casas, Doki ya había corrido la cuadra entera.
Doki en 2016 fue la primera vez que enfermó, le dio un cáncer, el cual fue controlado. En 2018 el cáncer volvió, esta vez lo tuvieron que extirpar de raíz, gracias a dios salió todo bien, y no volvió a enfermar hasta mayo 2021. Esta vez era más grave, “daño hepático severo, no hay nada que hacer, solo ponerlo cómodo los dos meses que le quedan”. Se me cayó cielo encima, y para rematarla, el hombro donde me quise apoyar, no me apoyó y desapareció de mi vida. Ahora éramos doki, dos meses y yo.
El tiempo avanzó, pasaron dos, cuatro, seis meses y mi bebé milagrosamente empezó a mejorar en sus análisis de sangre. Era fin de año, cuando yo me decido ir de vacaciones 10 días con mi mejor amiga, eran las vacaciones merecidas después de un complejo año.
Quedaba un día para que me vaya de vacaciones, así que tenía que bañar y cortarle el pelo a doki. En mi interior, yo cada vez que hacía ese proceso lo valoraba y lo hacía con mucho amor, ya que mi bebé estaba muy frágil, y sabía q podía la última vez cada vez que lo hacía. Ese día le hice mucho cariño, le peiné sus rulitos, le tomé fotos. Al parecer mi interior sabía que era la ultima vez que haría ese lindo proceso. Grabé el olor a perro mojado en mi mente, su maloliente aliento, sus besitos de agradecimiento.
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