Catalina Oyarzún.
Un enero, como cualquiera de otro año, en el 2013, fuimos con mi familia a El Quisco, lugar al que siempre solíamos visitar con mi mamá, papá y hermano. Me encantaba ir ahí, era tan soleado y cálido.
El lugar donde alojábamos era muy grande, estábamos en las cabañas más premium y yo corría y corría riendo alegre porque habíamos llegado. Estaba lleno de vegetación de colores muy vivos, el verde de los enormes árboles y los colores exóticos y cítrico olor de las flores de los jardines me llamaban mucho la atención, lo que hacía que a veces mis pequeñas manos se tentaran a arrancar una flor de su hogar, pero me acordaba de que mi mamá me decía que ellas también pueden sufrir, y me retractaba.
También tenía muchos parques para jugar, tenían mis juegos favoritos, como los columpios, en los cuales podía pasar horas bajo el sol. Tenía hasta un hotel, el cual era muy grande y en su interior, en el piso de abajo era una especie de restaurante.
La verdad es que lo que más me motivaba a ir era que siempre hacía amigas. Niña que veía en la profunda piscina, niña que sería mi amiga. Y así ocurrió este año nuevamente. Te conocí. Lo malo es que fue justo unos pocos días antes de que te vayas. No recuerdo tu nombre, pero sí la compatibilidad que tuvimos desde el primer instante. Éramos inseparables.
Eras más grande que yo, tanto en estatura como en edad y eso me emocionó, pues a una niña mayor le interesaba ser mi amiga.
Todo el tiempo antes de que te viera por última vez, lo pasamos juntas. El reloj volaba. Solíamos comer juntas en nuestras cabañas de esas dulces y jugosas sandías que vendían fuera del verde terreno donde estábamos, mientras nuestros papás conversaban y reían juntos, pues nuestras familias se llevaron muy bien. Después nos arreglábamos para ir a hacer peleas con bombitas de agua donde nos reíamos incesantemente o ir a la piscina temperada que era peor que un sauna, donde la mejor parte era el terrible frío que te daba al salir y como tus dientes chocaban. Nos hacía mucha gracia. Sabía que era aquí donde quería estar.
Llegó el día de la despedida. Nos abrazamos varias veces hasta que estuviéramos listas para no vernos más, aunque me decías que puede ser que vuelvas el otro verano. No podían parar de correr lágrimas por nuestras mejillas. Yo sabía que era imposible que nuestro destino se cruce de nuevo. Fui caminando contigo hasta tu cabaña para despedirnos definitivamente. Fuiste la última amiga que hice en los veranos, pues no volví nunca más a El Quisco.
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