Juan Pablo Toro
Amor de familia; ese que tiene altos, altos muy altos, también bajos, más bajos, todavía más bajos, bajos exageradamente bajos y bajos de los cuales, dentro de todo, es difícil recuperarse. Y aún con todos los contras que se den, el amor de familia perdura y tan grande como siempre lo puede ser. Casi que se puede decir que al amor lo que no lo mata lo fortalece.
A largo plazo, más fácilmente se recordarán los buenos momentos.
Como en mi familia; que cada vez que nos juntamos los 5 -mamá, papá, hermano, hermana y yo en persona, independientemente lo poco frecuente que sea, algo característico son los momentos de risa. Es tanta, tanta, que llega a doler la guata. Tanta, que llega a faltar el aire a ratos. Y aunque a veces sea yo el objeto de risa, igual me termino riendo.
La más reciente ocasión de este tipo (de recuerdos) que se me viene a la mente, es de finales de diciembre 2021, la última noche de las 6 de corrido que estuvimos 100% juntos en esos días. La cosa es que, con la TV prendida de fondo, a ratos conversamos y a ratos no. Y conversando es cuando mi hermano tira una talla, molestando a mi papá, que empezamos a reír todos. Luego otra, y seguimos riendo. Así hasta que mi papá se fue a acostar.
Evidentemente no todo son bromas y risas. Si podemos o alguno de nosotros puede no quedarse callado para defender a otro de nosotros (sí o sí) a otro u otra, llegamos y lo hacemos. Bien sea ante una injusticia -tal como si al ir a un lugar para pedir comida y al momento de pagar intentan hacer pagar más de lo necesario-, una burla, un intento de ataque, si estamos nos defendemos y apoyamos.
Sinceramente este amor de familia, yo nunca en la vida pensaría en reemplazarlo ni por toda la plata del mundo.
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