Tu caminata lenta, un poco coja, con las secas manos entrelazadas tras
tu espalda, tu gran bigote (nunca barba) y tu cabeza gacha bajo tu
sombrero, pequeños murmullos, que acarician la misma melodía una y
otra vez, se desplazan por el pasillo de nuestra casa ida y vuelta.
Siempre abrigado con tu chaleco sin mangas, ese que siempre huele a
tu “colonia” de pino, porque te niegas a decirle perfume. Usas tus jeans
gastados de siempre, oscuros y sueltos sobre tus piernas, mientras
caminas descalzo por la alfombra crema.
Detrás voy yo, intentando copiar tu icónica postura y logrando entonar
solo una nota de tu melodía, con mis lentes de plástico sobre el puente
de mi nariz, mientras buscaba, irónicamente,
con vista de águila los pequeños huevos de chocolate escondidos a
través de nuestras paredes.
Te escucho decir “a ver, a ver ¿Dónde estarán?” a la vez que me tomas
la mano y me encaminas hacia mi recompensa. Estoy emocionada
pensando en guardar los chocolates para mi cumpleaños, que se
encontraba a la vuelta de la esquina, aún sabiendo que no durarían más
de dos días.
Caminamos por las piezas de nuestra casa, mientras me cuentas la
historia de cuando eras chico chico, del porte de una taza de té, tu papá
te puso en el bolsillo de su camisa y te ayudó a buscar los huevitos
también. “¿Tanto creciste, Tata?”, digo asombrada, “Sipo’ hijita”, y me
desordenas el pelo.
A pesar de que el tiempo fuera es frío, me siento cálida, quizás es por la
cocina a leña que está funcionando a máxima potencia, o por el vapor
de la sopa que se está haciendo justo al lado del comedor, o quizás es
solo porque me siento querida.
Me dices “Revisa detrás de la tele mijita, parece que el conejo pasó por
ahí”. Corro a no más dar hacia donde me apuntas, y a la vez que tomo
los tres pedazos de chocolate en el aire
te grito “¡Tata, sí pasó por acá!”
Estoy feliz, porque te tengo a mi lado.
Estoy feliz, aún sin saber la falta que me harás.
-Yanina Céspedes, IV Medio.
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