Juan Pablo Toro. 3ero Medio.
La conocí un día donde trabajaba mi papá en Puerto Varas, lugar al cual solía ir, pero cada tanto y como ayudante/acompañante. Ella también iba como acompañante, aunque nunca supe de quién. Tampoco de dónde era ella, si acaso de por la zona o no. De todas formas, ahora que lo pienso igual es irrelevante, porque yo tampoco se lo dije según recuerdo. Sabía su nombre, eso sí. El día que empezamos a hablar, no fue instantáneo, comencé siendo esquivo. Como si corriera de ella. Me escondía. Tampoco es que duró mucho, porque esa misma tarde me encontró en una “habitación” bien particular: Paredes blancas, techo blanco, sin puerta ni ventanas. No contaba con mucho espacio para circulación multitudinaria sin chocar fácilmente. Esta “habitación” estaba, sí, dentro de la cocina/comedor. Entonces, ahí me encontró ella: poco más alta que yo, como de mi misma edad, pelo café, le gustaba jugar, reírse, era amistosa, buena para contar chistes, muy relajada. Bueno, cuando me encontró, tampoco salí corriendo de ella en su cara. Y conversamos de lo que, supongo era común entre los niños. También jugamos. Hasta que, nos tocó despedirnos y cada uno se fue para su casa.
Tiempo después, un día que volví a la oficina, nos reencontramos. Fue un momento feliz, o al menos para mí, no sé si ella sentiría lo mismo. Seguimos conviviendo. Muy buenos momentos pasamos. En algún instante hasta recuerdo haberle dibujado la casa en el árbol que quise tener, tal como la quise tener. Cierto momento, mi papá me pide que lo acompañe al centro por unos trámites suyos. No me cuestioné el para qué, pero si le pregunté a la chica que había conocido que si seguiría allí cuando volviera, para que dependiendo de su respuesta yo tomara una decisión. Me dijo que sí, así que salí con mi papá. Salimos, él hizo lo que le correspondía. No tardamos tanto. Volvimos a la oficina y para mi tristeza, me dijeron que ella ya no estaba. No lo acepté en un principio; me puse a buscarla y luego de un rato, al no encontrarla, lo asumí. Ya no estaba. Supuse que, con lo que nos encariñamos en poco tiempo, también no quiso irse y se puso triste al hacerlo como me puse al no encontrarla. Desde ese día no la vi más. Al menos 7 años han pasado desde entonces.
Y aún cuando sé que ahora no hay más forma de revivir estos tiempos que con la memoria, también sé que recordaré feliz lo vivido bien sea de la nada o cuando piense en aquella gente que dejé de ver hace mucho, como fue en este caso.
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